El ministerio más eficiente de España

Esta primera línea que estás leyendo es la que me ha costado más redactar.

No ha sido fácil llegar a tener la predisposición mental necesaria para hablar de algo tan doloroso e indignante como el accidente ferroviario de Santiago de Compostela, ocurrido el 24 de julio de 2013.

La idea de escribir un artículo sobre este tema surgió justo después de ver el documental Frankenstein 04155. Desde entonces, han pasado ya más de cinco meses…

Bajo la dirección impecable de Aitor Rei, y gracias a la colaboración de Jesús Domínguez (superviviente del accidente) para las tareas de investigación, el documental explica los hechos y lo que se sabe —o, quizás mejor dicho, lo que no se sabe—, hasta la fecha, sobre las causas de ese terrible accidente.

Verlo es duro, muy duro.
Pero creo que todo el mundo debería hacerlo, más que nada por deber cívico.

Los que me conocen saben que no soporto las chapuzas.
Me repugna la idea de hacer las cosas mal a propósito, sin pensar en las posibles consecuencias.
Asimismo me indigna la falta de integridad de quienes, por su propio interés, tienen la mala costumbre de traicionar las responsabilidades que conllevan sus cargos. Fundamentalmente, esquivándolas.

De todas maneras, la primera vez que vi el documental me descubrí no sólo profundamente indignada, sino también tremendamente impotente.
Y cuando me siento así, suelo llorar.

Evidentemente, tanto la dignidad como la fuerza de los supervivientes y de los familiares de las víctimas para seguir luchando —con el objetivo de descubrir la verdad y hacer justicia—, me impactaron y me conmovieron mucho.

Pero, por extraño que parezca, lo que me hizo echar a llorar desconsoladamente fue —hacia el minuto 35 de visionado— el enterarme de que el tren, muy probablemente, nunca se había llegado a homologar en su totalidad.

De hecho, diferentes expertos creen que nunca se hizo la prueba al convoy circulando en conjunto, ya que, si se hubiera hecho, alguien se habría dado cuenta de lo mal que funcionaba ese tren…

Como tester —o, más en general, como persona que se suele preocupar por la calidad de cualquier producto o servicio—, percatarme de que, por unos intereses puramente políticos, alguien seguramente decidió limitar las pruebas de seguridad del tren a las de sus componentes, sin que llegaran a realizarse nunca las validaciones de integración de todas las partes del convoy, me parece un auténtico disparate, además de un acto de irresponsabilidad imperdonable.

Y si el hecho de que unos cuantos altos cargo de Renfe y Adif —con la complicidad de los políticos de turno, y a base de declaraciones de conformidad firmadas con demasiada frivolidad—, se fueron pasando por el forro la normativa, me indigna, me saca aún más de quicio que la Audiencia Provincial de A Coruña se apresurara a anular todas las imputaciones contra ellos que el juez instructor de la causa había pedido, quedando como único imputado el maquinista.

Así que, con tanta apología de la chapucería, tanta irresponsabilidad y, sobre todo, tanta impunidad, tengo que acabar estas líneas, tan dolorosas de redactar, sin poder evitar afirmar que tengo cada vez más la impresión de que el único ministerio que funciona realmente bien —en éste y, lamentablemente, también en otros países— es él de fomento de la mediocridad.

 

Si no has visto el documental Frankenstein 04155, no te conformes con leer este artículo conmemorativo.
Todos deberíamos tener interés en conocer las causas reales del accidente ferroviario de Santiago de Compostela.
Para que se haga justicia.
Y para que no vuelva a pasar.

Por otro lado, si quieres recibir notificaciones sobre mis nuevos artículos, subscríbete al boletín de mi blog a través del menú BLOG > SUBSCRIBE TO THE BLOG NEWSLETTER, por favor. Gracias.